En los últimos cinco años, Perú ha vivido una inestabilidad política sin precedentes: seis presidentes han ocupado el cargo, ninguno completando su mandato constitucional. Esta sucesión vertiginosa de líderes ha dejado al país en un estado de incertidumbre, donde la gobernabilidad parece más una ilusión que una realidad.
Presidencia en crisis
Desde la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski en 2018 por el escándalo de Odebrecht, el país ha visto desfilar a Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Pedro Castillo y Dina Boluarte. Las causas han sido diversas: corrupción, incapacidad moral, protestas sociales y hasta intentos de golpe de Estado. Esta rotación constante ha debilitado la institucionalidad y ha generado una profunda desconfianza ciudadana.
¿Liderazgo político o gestión estratégica?
La frase en opinión —“No necesitamos un presidente, Perú necesita un gerente con visión de futuro”— refleja el hartazgo de una población que ya no busca carisma ni discursos ideológicos, sino eficiencia, planificación y resultados concretos.
- Pedro Castillo, por ejemplo, llegó como símbolo del pueblo, pero su gestión estuvo marcada por improvisación y escándalos de corrupción.
- Martín Vizcarra, pese a sus intentos de reforma, fue vacado por presuntos actos ilícitos.
- Dina Boluarte, actual presidenta, enfrenta una legitimidad cuestionada y una sociedad polarizada.
Lo que une a estos gobiernos es la falta de continuidad, visión estratégica y capacidad de ejecución. El país no necesita más promesas, sino una administración pública profesionalizada, con metas claras y políticas de Estado que trasciendan el corto plazo.
Gerente nacional
La idea de un “gerente nacional” no implica eliminar la figura presidencial, sino redefinir el perfil del líder nacional: alguien que combine sensibilidad social con habilidades técnicas, que entienda el país como un proyecto a largo plazo y no como una plataforma de poder.
Más que un político tradicional, se plantea un líder con capacidad técnica, sensibilidad ciudadana y enfoque estratégico para el desarrollo nacional. Un gerente del país sería:
- Estratega con metas claras, no solo eslogan político.
- Experto en administración pública, finanzas, logística y gestión de proyectos.
- Capaz de coordinar multisectorialmente, dialogar con regiones, empresas y sociedad civil.
- Enfocado en resultados medibles: reducción de pobreza, mejora educativa, infraestructura eficiente.
Este tipo de liderazgo no se basa en ideologías, sino en soluciones pragmáticas que responden a los problemas concretos del país: falta de agua, inseguridad, brecha educativa y empleo.
¿Será posible despolitizar el cargo presidencial?
Más que despolitizar, se trata de reprofesionalizar. La política no desaparece, pero el protagonismo recae en la capacidad técnica, no en el carisma ni la retórica partidista. Esto requiere reformas:
- Cambiar los criterios de candidatura: exigir experiencia en gestión pública.
- Reducir el clientelismo político en ministerios y municipios.
- Incorporar indicadores de desempeño en la evaluación gubernamental.
Un presidente-gerente no buscaría polarizar, sino gestionar como si el país fuera una empresa social, con visión estratégica, innovación y responsabilidad.